Άγιον Όρος

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viernes, 9 de octubre de 2015

Obispos Kalistos Ware: Los tres dones del padre espiritual



Tres dones, en particular, distinguen al padre espiritual. El primero es visión y discernimiento (diakrisis), la habilidad para percibir intuitivamente los secretos del corazón de otro, para entender las profundidades ocultas de las que el otro no se da cuenta. El padre espiritual penetra por debajo de los gestos convencionales y las actitudes que podamos ocultar de nuestra verdadera personalidad a los otros y a nosotros mismos, y además de todas estas trivialidades, llega a aferrarse con la única persona hecha a imagen y semejanza de Dios. Su poder es espiritual más que físico; no es simplemente una especie de percepción extra sensorial o clarividencia santificada sino el fruto de la gracia, que presupone la oración concentrada y una lucha ascética sin tregua.
Con este don de la visión llega la habilidad de usar las palabras con poder. Ante cada persona que viene ante él, el staretz sabe (inmediata y específicamente) qué es lo que el individuo necesita escuchar. Hoy, estamos inundados de palabras, pero la mayor parte de ellas no son conspicuamente palabras poderosas. El staretz usa pocas palabras, y a veces ninguna, pero por estas pocas palabras o por su silencio, es capaz de alterar la dirección total de la vida de un hombre. En Betania, Cristo usó sólo tres palabras: “Lázaro, ven fuera” (Juan 11:43, Straubinger) y estas tres palabras, dichas con poder, fueron suficientes para devolver al muerto la vida. En una era en la que el lenguaje se ha trivializado desgraciadamente, es vital redescubrir el poder de la palabra, y esto significa redescubrir la naturaleza del silencio, no sólo como una pausa entre palabras sino como una de las primeras realidades de la existencia. Muchos maestros y predicadores hablan demasiado; el staretz se distingue por una economía austera del lenguaje.
Pero para que una palabra tenga poder, es necesario que exista no sólo el que habla con la genuina autoridad de la experiencia personal, sino también el que escuche con atención y entusiasmo. Si alguien pregunta a un staretz sólo por simple curiosidad, es probable que obtenga poco beneficio, pero si se acerca al staretz con fe ardiente y profunda hambre, la palabra que escuche podrá transfigurar su ser. Las palabras de los staretz son en su mayoría simples en expresiones verbales y desprovistas de artificio literario; para los que las leen de una forma superficial, podrán parecer inmaduras y banales.
El don de la visión del padre espiritual es ejercida principalmente por medio de la práctica conocida como “revelación de los pensamientos” (logismoi). En el temprano monasticismo oriental, el joven monje solía acudir diariamente a su padre y exponía ante él los pensamientos que venían a él durante el día. Esta revelación de los pensamientos incluye más que una confesión de los pecados, pues el novicio también habla de aquellas ideas e impulsos que pueden parecerle inocentes, pero que el padre espiritual puede discernir como peligrosos secretos o signos significativos. La confesión es retrospectiva, pues se ocupa de los pecados que ya han sido cometidos; por otro lado, la divulgación de los pensamientos es preventiva, pues pone al descubierto nuestros logismoi antes de que conduzcan al pecado y así los priva de su poder para dañar. El propósito de la revelación no es jurídico, ni para garantizar la absolución de la culpa, sino el auto conocimiento, para que cada uno pueda verse a sí mismo como es verdaderamente.
Dotado con discernimiento, el padre espiritual no se limita a esperar a que una persona se revele a sí misma, sino que le muestra los otros pensamientos ocultos en él. Cuando la gente venía a San Serafín de Sarov, a menudo contestaba a sus dificultades antes de que tuvieran tiempo de poner sus pensamientos ante él. En muchas ocasiones la respuesta parecía al principio un poco irrelevante, e incluso absurda e irresponsable, por lo que San Serafín respondía que no era la pregunta que su visitante tenía conscientemente en su mente, sino la que debería haber preguntado. En todo esto, San Serafín confiaba en la luz interior del Espíritu Santo. Lo veía importante, según explicaba, no ejercitarse con antelación en rol que iba a emprender; en ese caso, sus palabras representarían sólo su propio juicio humano que bien podría estar equivocado, y no el juicio de Dios.
A ojos de San Serafín, la relación entre el staretz y el hijo espiritual es más fuerte que la muerte, y por lo tanto instaba a sus hijos a continuar su revelación de pensamientos con él incluso tras su partida a la otra vida. Estas son las palabras que, por su propio mandato, fueron escritas en su tumba: “Cuando esté muerte, venid a mi, a mi tumba, y cuanto más, mejor. Sea lo que sea que esté en tu alma, lo que te haya sucedido, venid a mi como cuando estaba vivo, y arrodillados en el suelo, verted toda vuestra amargura en mi tumba. Decídmelo todo y os escucharé, y toda la amargura se alejará de vosotros. Y así como hablabais conmigo cuando estaba vivo, haced así ahora. Pues estoy vivo, y lo estaré por siempre”.
El segundo don del padre espiritual es la habilidad para amar a otros y hacer el sufrimiento de otros el suyo propio. De Abba Pimen, uno de los más grandes staretz egipcios, se registró breve y simplemente: “Tenía amor, y muchos venían a él”. Tenía amor: esto es indispensable en toda la paternidad espiritual. Con ilimitado conocimiento de los secretos de los corazones de los hombres, si carece de amor, no sería creativo, sino destructivo, y el que no pueda amar a los demás tendrá poco poder para sanarlos.
El amar a otros supone sufrir con y por ellos; tal es el sentido literal de la compasión. “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo” (Gálatas 6:2, Straubinger). El padre espiritual es “el único que por excelencia lleva las cargas de los otros”. Dostoievsky escribe en Los hermanos Karamazov: “Un staretz es el que toma tu alma, tu voluntad, sobre su alma y su voluntad…”. No le es suficiente con ofrecer consejo. También se le requiere cargar el alma de sus hijos espirituales sobre su propia alma, sus vidas en su vida. Su labor es rezar por ellos, y es más importante para ellos su constante intercesión por ellos, en su nombre, que cualquier palabra o consejo. Así mismo, su labor es asumir sus penas y sus pecados, llevar su culpa sobre él mismo, y responder por ellos en el Juicio Final.
Todo esto se hace manifiesto en el primer documento de dirección espiritual oriental, el Libro de Barsanufio y Juan, que engloba algunas de las 850 preguntas dirigidas a los dos ancianos palestinos del siglo VI, junto con sus respuestas escritas. Así, Barsanufio insistía a sus hijos espirituales: “Como Dios mismo sabe, no hay un segundo o una hora en la que no os tenga en mi mente y en mis oraciones… Cuido de vosotros más que vosotros mismos… Con sumo gusto daría mi vida por vosotros”. Esta es su oración a Dios: “Oh Maestro, dirige a mis hijos contigo, a tu Reino, o elimíname también del Tu libro”. Retomando el tema de llevar las cargas de los otros, Barsanufio afirma: “Llevo vuestras cargas y vuestras ofensas… Os habéis convertido en hombres sentados bajo un árbol con sombra… Asumo vuestra sentencia condenatoria, y por la gracia de Cristo, no os abandonaré, ni en este siglo, ni en el siglo venidero”.
Los lectores de Charles Williams recordarán el principio del “amor sustituto”, que juega un papel central enDescendiendo al infierno. La misma línea de pensamiento se expresa en el staretz Zósimo, de Dostoievsky: “Sólo hay un camino de salvación, y es hacerse responsable de los pecados de los hombres… Hacerse uno mismo responsable con toda sinceridad y por todos”. La habilidad de los staretz de soportar y alentar a otros está medida por su disposición para adoptar este camino de salvación.
Sin embargo, la relación entre el padre espiritual y sus hijos no es unilateral. A pesar de que lleva el peso de sus culpas sobre él mismo y responde por ellos ante Dios, no puede hacer esto de manera efectiva, a menos que ellos mismos se esfuercen con todo su corazón por su propia salvación. Una vez, acudió un hermano a San Antonio de Egipto y le dijo: “Reza por mí”, pero el anciano le respondió: “No voy a tener piedad de ti, ni Dios, a menos que hagas un pequeño esfuerzo por tu parte”.
Cuando se considera el amor de un staretz por los que están bajo su cuidado, es importante dar un sentido completo a la palabra “padre” en el título “padre espiritual”. Así como un padre y sus hijos, en una familia ordinaria, deberían estar unidos en amor mutuo, así debe ser también en la familia “carismática” de los staretz. Es principalmente una relación en el Espíritu Santo, y mientras que la fuente de la afección humana no se suprime insensiblemente, debe ser contenida dentro de los límites. Se cuenta cómo un joven monje cuidaba de su padre espiritual, que estuvo gravemente enfermo durante doce años sin interrupción. Ni una sola vez en este periodo se lo agradeció este anciano, ni tan siquiera le dirigió una sola palabra bondadosa. Sólo en su lecho de muerte, el anciano señala a la asamblea de hermanos: “Es un ángel y no un hombre”. La historia es válida como indicación de la necesidad por un destacamento espiritual, pero tal incomprensible supresión de muestras de afección externa no es típica de los Dichos de los padres del desierto, y menos aún de Barsanufio y Juan.
Un tercer don del padre espiritual es el poder de transformar el entorno humano, tanto el material como el inmaterial. El don de la curación, poseído por muchos staretz, es un aspecto de este poder: muy generalmente, los staretz ayudan a sus discípulos a percibir el mundo como Dios lo creó y como Dios desea una vez más que sea. “¿Podéis regocijaros por las obras de vuestro Padre?”, se pregunta Thomas Traherne. “Él mismo está en todo”. El verdadero staretz es el que discierne esta presencia universal del creador en todo lo creado, y asiste a los otros para discernirlo. En palabras de William Blake: “Si las puertas de la percepción fueran puras, todo aparecería ante el hombre tal y como es, infinito”. Así, para el hombre que mora en Dios, no hay nada infame y trivial: lo ve todo con la luz del Monte Tabor. “¿Qué es un corazón misericordioso?”, se pregunta San Isaac el Sirio. “Es un corazón que arde con amor ‘por toda la creación, por los hombres, por los pájaros, por las bestias, por los demonios, por toda criatura. Cuando un hombre con tal corazón como este piensa en las criaturas o las mira, sus ojos se llenan de lágrimas; una compasión abrumadora hace crecer su corazón, pequeño y humilde, y no puede soportar escuchar o ver ningún sufrimiento, incluso la más pequeña pena infligida a cualquier criatura. Por lo tanto, nunca cesa de orar con lágrimas, incluso por los animales irracionales, por los enemigos de la verdad, y por aquellos que le hacen mal, pidiendo para que puedan ser guardados y recibidos en la misericordia de Dios. Y también reza por los reptiles con una gran compasión, que crece sin cesar en su corazón hasta que brilla nuevamente y es glorioso como Dios”.
Un amor que lo abarca todo, como el del staretz Zósimo de Dostoievski, transfigura su objeto, haciendo el entorno humano transparente, para que las energías increadas de Dios brillen por medio de él. Una visión momentánea de lo que esta transfiguración envuelve se proporciona por la célebre conversación entre San Serafín de Sarov y Nicolás Motovilov, su hijo espiritual. Caminaban por el bosque un día de invierno y San Serafín hablaba sobre la necesidad de adquirir el Espíritu Santo. Esto condujo a Motovilov a preguntar cómo puede un hombre conocer con certeza que está “en el Espíritu de Dios”:
Entonces el Padre Serafín me tomó por los hombros y apretándolos muy fuerte dijo:
– Los dos estamos, tú y yo, en la plenitud del Espíritu Santo. ¿Por qué no me miras?
– No puedo, Padre, miraros. Rayos brotan de vuestros ojos. Vuestro rostro se tornó más luminoso que el sol. Tengo mal los ojos.
El Padre Serafín dijo: No tengáis temor, amigo de Dios. También vos os habéis tornado luminoso como yo. También estáis presente en la plenitud del Espíritu Santo, de otro tundo no habríais podido verme.
Inclinando su cabeza hacia mi, él me dijo al oído: Agradezcamos al Señor el habernos acordado esta gracia indecible, por la cual, como habéis visto, ni siquiera hice la señal de la cruz, sino, apenas oré, con mi pensamiento en el corazón: “Señor, hacedme digno de ver claramente, con los ojos de la carne, el descenso del Espíritu Santo, como Tus servidores selectos, cuando Te dignas aparecer ante ellos en la magnificencia de Tu gloria.” E inmediatamente Dios acogió la humilde plegaria del miserable Serafín. ¿Cómo no agradecerle por este extraordinario don que nos acuerda a los dos? No siempre Dios manifiesta de este modo Su gracia a los grandes eremitas. Como una madre amante, esta gracia consuela vuestro corazón afligido, ante la plegaria de la misma Madre de Dios. ¿Pero por qué no me miráis a los ojos? Osad mirarme sin temor, Dios está con nosotros.
Después de esas palabras, alcé mis ojos hacia él y, nuevamente, un gran temor se apoderó de mi. Imaginaos el rostro de un hombre que os habla envuelto por los rayos del sol del mediodía. Veis el movimiento de sus labios, la expresión cambiante de sus ojos, escucháis el sonido de su voz, sentís la presión de sus manos sobre vuestros hombros, pero al mismo tiempo no percibís sus manos, ni su cuerpo ni el vuestro, nada más que una brillante luz que se propaga alrededor, a una distancia de muchos metros, aclarando la nieve que recubre la pradera y cae sobre el gran staretz y sobre mí mismo.

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